jueves, diciembre 01, 2005

Sin invitación.


Como en todos los cumpleaños de mi padre, mi familia, los amigos y vecinos lo festejábamos en grande, lo hacíamos frente a mi casa, todos cooperaban con la elaboración de la comida y con la decoración del lugar, desde un mes antes se ponían de acuerdo o sorteaban quien se encargaría de cada cosa, se juntaba el dinero de todos y se hacían las compras pertinentes.

En esa ocasión me tocó encargarme de las bebidas, en pocas palabras sería el cantinero por esa noche, no me pudo haber ido mejor. No me desagradaba para nada la idea de pasarme toda la fiesta repartiendo y tomando todo tipo de bebidas espirituosas. Siempre he sido un tipo con suerte.

Con el permiso del Ayuntamiento se cerraba la calle, sólo los vecinos con sus familiares y los invitados asistían a la cena que después se convertía en baile que duraba hasta el amanecer.

Esa noche era mucho más fría que otras veces, casi todos bebieron más de lo normal, quizá para entrar en calor lo cierto es que estábamos todos tan ebrios que muchos quedaron dormidos en sus sillas. Por eso nadie notó al visitante misterioso que se sentó en la mesa que se encontraba al final de la calle.

Mi padre, el que odiaba que hubiera quien se aprovechara de la ocasión para presentarse a sus fiestas a comer y beber gratis, fue el primero en darse cuenta. Tomó la mejor botella de tequila y se acercó al extraño. Conforme se acercaba a la mesa se dio cuenta que aquél intruso ni siquiera había tocado el plato de mole, ni los chiles rellenos, mucho menos el dulce de calabaza.

— ¿Qué no le gustó la comida? ¿Quiere que le traigan caviar y champagne al patrón?— dijo con un tono falsamente simpático ¿Le gusta llegar a fiestas sin invitación y además de eso despreciar lo que hay en la mesa? Por que yo no lo conozco y no creo que nadie lo haya invitado—

Tenía razón, aquél hombre tenía todo el aspecto de un vagabundo, se veía sucio, sus manos y ropa estaban llenos de tierra. Vestía un roído traje negro con manchas de moho como los que usan los monjes, ocultaba su rostro con una capucha.

Ni siquiera volteó a verlo. Siguió con la vista baja, como si se encontrara solo en medio de la nada. Quien quiera que hubiera invitado o dejado entrar a la fiesta a aquél miserable, le iba a ir peor que al pobre sujeto.

—Ten, tómate un tequila y te me largas—le dijo mientras le servía hasta el tope de un caballito.

Quienes no se habían dado cuenta de le escena hasta ese momento y que no estaban demasiado ebrios se acercaron rodeándolo.

—No quiero nada de ustedes, sólo me tomo un respiro, sigan su fiesta, olviden que me han visto, seguiré mi camino. Si no me molestan haré de cuenta que no escuché el insulto y me iré sin hacerles daño— habló con voz más fuerte pero sin mirarnos.

Todos estallamos en carcajadas, nos pareció de lo más gracioso que aquél intruso además fuera un insolente, éramos por lo menos diez contra uno. Mi hermano Octavio, el más fuerte de todos se acercó con toda la intención de molerlo a golpes.

— ¡Detente donde estás, o será lo último que hagas en tu miserable vida!—dijo ésta vez con una voz gutural que nos paralizó a todos.

No pude detenerlo, Octavio se abalanzó sobre él. ¨”La cosa” o lo que fuera ese ser se puso inmediatamente de pie, la capucha de su traje cayó a sus hombros dejando al descubierto su horrible rostro, algo salió disparado de su boca hacia la cara de mi hermano, un líquido de color verde como el guacamole que estaba servido en las mesas.

Octavio cayó al suelo tomándose de la cara que se le caía a pedazos, la nariz y los ojos quedaron al lado de su cuerpo. Mi padre empezó a vomitar, no sé si del miedo o del asco, los demás quisimos huir. Todo sucedió como en un abrir y cerrar de ojos.

De un solo golpe atravesó a mi padre por el estómago cayendo sus entrañas desparramadas por el suelo, mi tío Alberto resbaló y esa cosa se agachó y de una mordida le arrancó parte de la cabeza, los demás quisieron correr pero un torrente de más liquido verde salió hacia sus piernas dejándoselas despellejadas hasta el hueso.

Yo me quedé parado, no pude moverme paralizado por el miedo. Fui testigo mudo de la masacre. Uno a uno fue exterminado por aquél monstruo.

—Para ti tengo mejores planes— dijo llevándome arrastrándome hacia el monte.

Llegamos a una cueva y nos adentramos en ella, tanto que ya no sentía el aire. Ahora me encuentro atado a esta roca, esperando. No sé lo que me aguarda, sólo espero que sea rápido y lo menos doloroso posible.

Un ser se acerca a la roca y le susurra al oído. —Tú alimentarás a mis pequeños—

Se separa un poco y abriéndose el vientre deja caer dos bolas sanguinolentas. Dos pequeños seres se arrastraban hacia la roca, los dos incrustan sus pequeños dientes en su carne. Se ahogan los gritos de dolor en las profundidades de la cueva.

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