domingo, septiembre 24, 2006

Niña de mis ojos.



I
Pascual respiró hondo después de recorrer y perderse en aquel laberinto de calles y un mar de gente. Por fin ante sus ojos, estaba el lugar donde mes con mes tenía su cita con la “Niña de sus ojos”. Esta vez no venía a pedirle su protección, si no a rogarle por su vida.
El peligroso barrio de Tepito. Muy pocos valientes se adentran en sus calles. Ahí, donde lo legal e ilegal convive día tras día, pero que en cada inicio de mes, se abre una tregua entre los cárteles de droga y las bandas armadas. Era un día muy concurrido, se celebraba la misa en honor a la Santa Muerte.
Pascual entró al lugar, caminando como si se dirigiera al patíbulo. Una nube de incienso y de fumarolas inundó sus fosas nasales. Percibe en el ambiente el olor característico de la marihuana. Desliza la mano dentro de su bolsillo y siente los cigarrillos que había preparado para la ocasión. Uno para él y otro para la Niña Blanca.
El ambiente era de fiesta. Había atole y comida para los asistentes. El mariachi no paraba de rasgar las cuerdas de la guitarra. Al fondo se encontraba el altar de la Señora atestado de regalos y ofrendas. Pascual se hincó delante de él y miró hacia las cuencas vacías de la protectora. Su maléfica sonrisa—que a cualquiera le inspiraría terror—, a él le parecía lo más hermoso del mundo. Su mandíbula entreabierta parecía decirle “Se bienvenido hijo mío”.
Muerte querida de mi corazón, no me desampares de tu protección, empezó a rezar Pascual.
Parecía estar en trance, con la mirada fija en la Santa Muerte. Se puso de pie y le colocó el cigarrillo de marihuana que con tanta devoción había preparado y lo encendió. Miró como danzaba el humo entre la cabellera de la peluca natural de la efigie. Sus pensamientos ahora se remontaban a la noche anterior, cuando había hecho su último trabajo.
II
Al tomar la fotografía de la que sería su siguiente blanco, estuvo a punto de echarse para atrás. Nunca había asesinado a una mujer y menos así de bella. Estuvo mirándola por largo rato. Su contratante, un señor bien vestido con remarcable sobrepeso, lo miraba ansioso esperando una respuesta. Era Pedro Méndez, comerciante de ropa china de contrabando y traficante de drogas.
—¿Qué pasó Pascual, la conoces?—preguntó sonriente.
—No, nunca la había visto.
—¿No quieres el trabajo?
—Mire Don, yo nunca me he detenido para matar a nadie, pero es que hasta ahora no me he quebrado a nadie así de buena—contestó.
—No te dejes llevar por las apariencias Pascualito. Esta mujer que parece un angelito, es el mismísimo demonio. Si te he encargado que seas tú quien la mate es por que sé que no te andas con miramientos. Supe que mataste a tu propio padre ¿O no es así?
—No me mencione a ese hijo de puta, ese pedazo de mierda se lo merecía—dijo molesto— ¿Qué le hizo este culito que la quiere matar?—añadió Pascual sin dejar de ver la fotografía.
—¿Desde cuándo te interesas en tus victimas?—dijo enojado su contratante— Si no quieres hacer el trabajo dímelo. Aunque estoy dispuesto a pagarte el doble de lo que cobras.
Pascual se quedó mirando a la muchacha unos segundos más, grabó en su mente cada detalle. Le regresó la fotografía al gordo que lo miraba con ansiedad. Se quedó callado y después con una gran sonrisa en los labios le dijo.
—Órale, sólo por que me cae bien gordito, dígame ¿Dónde encuentro a esa muñeca?
—A ella la encuentras trabajando en uno de los “table dance” de la Zona Rosa ¿Conoces el Bar “Katmandú”?
—No ni madres. Esos lugares los conozco sólo de pasadita. Veré cómo le hago. Necesito que me dé la mitad de la lana ahora. Esa morrita merece un trabajo especial. Por primera vez usaré pistola, pero necesito comprarme una—dijo Pascual.
A Don Pedro le pareció bastante extraño, pero no dijo nada. Sacó de su cartera y le dio un fajo de billetes de quinientos pesos. Pascual casi le arranca los billetes, salió corriendo como alma que lleva el diablo. Lo vio alejarse, estaba seguro que no le fallaría.
III
Pascual era conocido por nunca haber usado una bala para matar a sus victimas. Sólo le bastaban su cuchillo y las manos. Era rápido y certero como un águila. Prefería acuchillarlos en los pulmones y verlos morir poco a poco. “Nos vemos en el infierno” les susurraba al oído mientras agonizaban.
A pesar de no tener mucho tiempo en el oficio, su reputación como asesino a sueldo subía como la espuma. Gracias a que él mismo, eliminó a la poca competencia que tenía, ganó tantos clientes que muchas veces tenía que hacer más de dos trabajos por noche.
Asesinos de su clase eran pocos, de hecho pertenecía a una nueva generación de matones. Protectores de importantes capos de la droga. Él empezó a trabajar por su cuenta desde que acribillaron a su “jefe” durante un cateo policiaco.
***
El que fuera su patrón, o su “descubridor”, lo halló en medio de un charco de sangre mientras acuchillaba a un hombre que resultó ser su padre. Lo llevó a trabajar con él, le enseñó el difícil arte de matar. Pascual se convirtió en su guardaespaldas, aunque él lo veía más como a un padre que como a un patrón.
IV
Ya entrada la noche Pascual abordó el metro que lo llevaría al otro lado de la ciudad. El vagón, estaba semivacío. Una parejita al final y una monja que no lo dejaba de mirar eran los únicos viajeros. Se sentó cerca de la puerta. Sintió la pistola que llevaba ajustada bajo su axila. Conseguirla no fue ningún problema, se la compró a un ex policía que vivía cerca de su casa.
Tardaría por lo menos treinta minutos en llegar a su destino. Sacó el dije de oro con la figura de la Muerte que colgaba de su cuello y lo besó. Cerró los ojos e intentó dormirse por un rato, No dejes que falle mi niña, pensó.
Las imágenes de su padre golpeando a su madre y después abusando sexualmente de él se confunden con las escenas de sus crímenes. Caras de terror, cuerpos sangrantes, niños que lloran por sus padres. Veía siempre a la “Niña Blanca” llevándose a su madre de la mano. El intenta arrebatársela, pero la muerte la sujeta con fuerza, voltea mostrándole sus dientes blancos y con un movimiento rápido le lanza una mordida hacia el cuello.
Despertó gritando, bañado en sudor. La monja lo sujetaba de los hombros. Pascual, por un instante vio en ella el rostro de la Muerte burlándose de él.
— ¿Te encuentras bien hijo?—preguntó con aire alarmado, pero al ver la muerte de oro que brillaba en su pecho lo soltó de inmediato, santiguándose.
— ¡No me toque!—gritó Pascual con el rostro temeroso.
Empujó a la confundida religiosa que cayó de bruces al suelo del vagón. El metro se detuvo por completo. Pascual, corrió hacia las escaleras que desembocaban a la calle, no hizo caso de los gritos de la religiosa. Cuando estuvo lo más lejos posible de la estación, Pascual se detuvo a descansar. Por suerte se había bajado cerca de la parada.
Cruzó un parque abandonado. De reojo vio a varios jóvenes que se drogaban con solventes. Sólo la luz de la luna iluminaba el triste lugar. Vio unos columpios y resbaladillas llenos de óxido. No resistió las ganas de columpiarse por unos minutos. Sacó la pistola para afinar los últimos detalles. Que nunca hubiera matado con una pistola no significaba que no supiera usarla. Fue en ese momento, que decidió que sería su último trabajo. Se iría muy lejos e intentaría hacer una vida normal. Quizá y hasta formaría una familia.
V
Se bajó del columpio y emprendió el camino que le quedaba para llegar al tugurio. Sabía que iba ser difícil entrar por la puerta principal. Corriendo se internó en la parte posterior del bar y encontró la puerta de servicio.
“Muerte de mi corazón, dame la fuerza para aniquilar a mi enemigo, permíteme que éste sea mi último trabajo, te estaré agradecido por toda la eternidad”, dijo mientras empujaba la puerta.
Varias bailarinas semidesnudas se sorprendieron al verlo, otras lo ignoraron por completo. Frente a un espejo se encontraba su blanco. La fotografía que había visto no le hacía justicia, por un momento se quedó hipnotizado. Se acercó poco a poco hasta tenerla enfrente.
Ella lo miró directamente a los ojos. Se quedó sentada, resignada mientras se acercaba con pasos decididos.
—Te envía mi padre ¿Verdad?—le dijo.
—¿Tu padre? ¿Ese cerdo es tu padre?—Ya sabía que conmigo no se ensuciaría las manos, para eso tiene a sus matones.
—¿Cómo sabes que vengo a matarte?—interrumpió Pascual.
—Anoche en mis sueños se apareció la Muerte para advertírmelo.
Pascual se quedó quieto por unos segundos. Dudó, pero en ese instante ya no veía la cara de la mujer, si no la de su padre.
— ¿Qué esperas?—interrogó a bocajarro.
Los ojos de ella se abrieron al máximo cuando lo vio sacar el arma. Pascual le puso la pistola en la nuca y le voló los sesos.
El camerino se convirtió en un caos, mujeres desnudas corriendo por todos lados, gritos de pánico. La chica yacía con el rostro destrozado sobre el espejo salpicado de sangre.
Pascual no se movía, su mirada estaba clavada en la espalda de la chica, no podía creer lo que acababa de hacer. En la espalda de la muchacha el tatuaje de la Santa Muerte salpicada de sangre y pedazos de cráneo le sonreía burlón. Salió huyendo de ahí, aunque sabía muy bien que no habría lugar en el mundo donde esconderse de la Niña de sus ojos.
VI
Había violado un código no escrito, el de no matar a otro adorador de la Santa Muerte. Sólo le quedaba suplicar perdón, aunque sabía que no había vuelta de hoja, no le quedaba más que esperar su destino.
Tres cuadras más adelante, encontró un teléfono público. Sacó la tarjeta con el número del celular de Don Pedro, sus dedos temblaban, tuvo que intentarlo varias veces, por fin se escuchó del otro lado de la línea.
— ¿Sí, diga?
—El trabajo ya está hecho ¿Dónde lo veo para que pague lo que me debe?
— ¿No es muy tarde?
—No me queda mucho tiempo, me largo de la ciudad.
— ¿Mu… murió rápido?
—Dígame dónde nos vemos y le cuento lo que pasó, necesito hablar con usted ahora.
Don Pedro se quedó callado, después de varios segundos le dijo que lo esperara en la Plaza Garibaldi. Pascual paró un taxi y se dirigió hacia allá.
VII
Don Pedro tenía un nudo en la garganta, este asunto de su hija se le había ido de las manos. Cuando se enteró que estaba sumergida en las drogas hizo todo para ayudarla, pero ella ya no tenía remedio. Luego escuchó que se prostituía y bailaba desnuda en voz de uno de sus mejores amigos, fue la gota que colmó el vaso. Habló con ella, intentó hacerla razonar, pero ella fue muy clara cuando le dijo: “Sólo muerta me sacas de aquí”.
Ya estaba harto del asunto, le pagaría a Pascual e intentaría olvidar por siempre a su hija. Se vistió y salió en su auto hacía Garibaldi.
Cuando llegó Pascual ya lo esperaba sentado en una banca. Detrás de él, varios mariachis afinaban sus instrumentos. Don Pedro se acercó con cuidado con una bolsa de plástico en la mano.
— ¿Es el dinero?—le dijo Pascual.
—Tómalo y dime rápido para qué me querías con tanta urgencia.
— ¿Por qué no me dijo que era su hija? ¿Por qué mierda no me contó lo del tatuaje?
— ¿Cuál tatuaje?
—No se haga, usted lo sabía y no me lo advirtió—gritó Pascual.
—Te juro que no sé nada. Pascualito cálmate.
Don Pedro no tenía la menor idea a que se refería, sintió una fuerte punzada en su espalda y empezó a faltarle el aire. Su rostro empezó a amoratarse, sus ojos se nublaron, sintió varias punzadas más. Cayó al suelo retorciéndose en su propia sangre, vio alejarse a Pascual. El mariachi seguía tocando “El Rey”.
VIII
Pascual prendió su cigarro de marihuana, le dio un jalón profundo hasta sentir que se le llenaban los pulmones y se le quemaba la garganta, tosió un poco, se puso de pie y se acercó para decirle a la Niña al oído mientras la abrazaba.
—Perdóname…
La efigie de la Muerte empezó a moverse, levantó el brazo huesudo para abrazarlo con ternura, las cuencas vacías parecían mirarlo a los ojos. Se abrió su boca para decirle:
—No temas mi niño, estás perdonado.
La gente alrededor, al ver la escena, gritó presa del terror, la capilla se llenó de olor a pólvora. Charcos de sangre, alaridos y llanto.
Noticia de última hora: “Seis personas mueren ejecutadas de manera brutal y varios individuos más, se encuentran heridas en el barrio de Tepito de esta ciudad, tras un ajuste de cuentas en una capilla donde se rinde culto a la Santa Muerte. Un comando armado disparó a quemarropa a los asistentes, una de las victimas fue encontrada abrazada de la efigie de la llamada Niña Blanca. Como pueden ver en la imagen es un niño que no debe rebasar los trece años de edad, las autoridades siguen investigando. Pasando a otra noticia, se informa que…”