domingo, mayo 27, 2007

La última cita



El quiosco de aquél parque estaba vacío. Cuando sentía que ya no podía más con las presiones del trabajo, siempre iba ahí a relajarse. Se sentó a tomar aire y a pensar un poco cuando un ruido lo sobresaltó, era el sonido de su teléfono celular. Lo dejó sonar varias veces hasta que por fin contestó. No supo por qué, pero sintió un poco de miedo. Estaba desconcertado pues no reconocía el número desde donde le llamaban.
—Si, diga —dijo con voz temerosa.
—Si quiere volver a ver a su esposa con vida, tiene que hacer lo siguiente —dijo una voz femenina al otro lado de la línea.
— ¿Es esto una broma?
—Esto es más serio de lo que usted cree—le dijo la voz.
— ¿Qué ha hecho con ella? No se atreva a hacerle algún daño o se arrepentirá. ¿Qué es lo que quiere?
—No quiero nada. Sólo quiero que me devuelva la vida, si es que eso es posible.
— ¿De qué me está hablando? ¿Nos Conocemos?
— ¿Ya no se acuerda de mi? ¿Es que tan rápido se olvida de sus pacientes?
Como psiquiatra en el Hospital de San Andrés había atendido a cientos de pacientes en los últimos años, en esos momentos no tenía ni la más mínima idea de quien se trataba.
— ¿Qué es lo que le hice? Si fue paciente mía debe saber que no existe ni una mancha en toda mi carrera.
—Cállese y escuche, lo espero en el Hotel Avenida, habitación 315. Sólo quiero que me escuche por última vez y entonces se podrá ir con su esposa y seguir su vida.
Tardó varios minutos en reaccionar. Pensó en hablar con la policía, pero no le pareció sensato. Tendría que ir y arreglar ese asunto. Su esposa podría encontrarse en un grave peligro.
¿De dónde sacó la fuerza y la valentía? No lo sabía, pero ahí estaba. Jadeando se acercó a la puerta y esta se abrió antes de que la tocara. La habitación se encontraba a oscuras, no podía ver nada.
—Cierre la puerta y siéntese en la silla de la entrada—dijo una mujer, que supuso se encontraba al fondo de la habitación.
Obediente, cerró la puerta quedándose a ciegas. Aún así sentía la mirada de aquella mujer, su voz se le hizo conocida, pero no recordaba a ninguna de sus pacientes.
— ¿Me va a decir que es lo que quiere ya de una vez? ¿Dónde está mi esposa?
—Su esposa estará aquí, no se preocupe. Cuando acabemos con este asunto la podrá ver, le doy mi palabra.
La voz ésta vez le sonó más familiar, pero seguía sin reconocerla.
—Soy todo oídos—le dijo.
—Hace diez años, cruzaba por una fuerte depresión. Tenía por lo menos un mes acudiendo diario a las citas. No sé si ese día estaba de mal humor, cansado o de plano harto de sus pacientes. A pesar de estar casi una hora escuchándome, su mente estaba en otro lado. Cuando terminé de hablar usted se quedó diez minutos sin decir nada. Cuando se dio cuenta que ya no seguía hablando…
En ese momento supo de quién se trataba. Era Mónica Ramírez, tenía en ese entonces quince años, sufría de un trastorno bipolar. Durante las sesiones que tuvo con ella se percató que muchas cosas que le decía eran parte de su imaginación. Inventaba cosas demasiado torcidas para la mente de una chica de su edad; él ya tenía experiencia en esos casos, le recetó unos tranquilizantes. Sus padres le habían dicho que estaba progresando, muy pronto se irían al extranjero…
— ¿Se da cuenta que en estos momentos no me pone atención? Precisamente por eso sucedieron las cosas, por que no sabe escuchar —dijo enojada.
—Discúlpame, ahora lo recuerdo, eres aquella chica tan triste, hija de Pedro Ramírez, pero dime Mónica, ¿Por qué piensas que yo eché a perder tu vida?
—No sólo echó a perder mi vida. Acabó con la de mis hermanos y con la de mis padres. Desde entonces no puedo descansar en paz. Usted no sabe por lo que he pasado todos estos años, viéndolos morir una y otra vez — gritaba.
— ¿Pero de qué me estás hablando? ¿Es otra de tus alucinaciones?
—La última noche que lo fui a ver, le platiqué como lo había hecho todas las veces que estuve en su consultorio, que las voces en mi cabeza me ordenaban a hacer cosas malas. Me decían que matara a mis hermanitos y a mis padres. Que si no los mataba, ellos me matarían a mí. Pero usted no me escuchó, le pedí un último consejo y ¿Qué fue lo que me contestó? — Mónica hablaba con la voz cada vez más quebrada por la furia.
—Ahora recuerdo, lo que digo a la mayoría de mis pacientes, “escucha tu voz interior y hazle caso”—dijo con toda la culpa impresa en sus palabras.
—Si me hubiera escuchado, nadie hubiera muerto, no me hubiera cortado las venas ¡No estaría muerta! —dijo esta vez llorando.
— ¿Qué? ¿Muerta? Tú no estás muerta, nadie está muerto, ¡Basta ya!— gritó.
En ese momento sintió que se le helaba la sangre, lo abandonó la fuerza y quedó inconciente.
Cuando por fin despertó. lo primero que vio fue a su esposa que lo miraba a los ojos.
— ¿Estás bien? ¿Para qué me querías ver aquí? ¿Qué fue lo que te pasó?— le dijo.
—Yo no te cité aquí, pensé que te tenían secuestrada—le dijo consternado.
Después de contarle lo sucedido, regresaron a su casa. Llamó a los familiares de la chica que le confirmaron lo que ya sabía. Mónica, había matado a sus padres y hermanos para después suicidarse, hacía ya diez años.
Ese día tiró a la basura el título de médico y huyó de su hogar, desde entonces vaga por las calles, buscándola. Quiere darle la paz que en vida no le pudo dar…

miércoles, mayo 23, 2007

Nuevos cuentos publicados.

Empezó el año bien con la publicación del especial de aniversario de Forjadores.net . Me publicaron por votación un cuento al que le tengo mucho cariño por que es de los primeros que escribi a petición de mi hija Esmeralda, "Inocencia". Deben checar la ilustración que me hizo mi buen amigo Sergio.

También en la tercera edición de Forjadores aparecen dos cuentos coescritos. "Encuentros" con un excelente escritor, Gonzalo Geller de Argentina. Y otro escrito con mi "hermano virtual" Hugo Juárez Hernández, "El monolito".

Disfrutenlos que yo me divertí mucho escribiéndolos.