miércoles, julio 23, 2008

Ángel de mi guarda.



—Ángel de mi guarda —dijo el niño, luego hizo una pausa. En ese momento se le había olvidado la oración que su madre le enseñó— Dulce compañía… ¿qué sigue?, pensó.
—No me desampares —se escuchó debajo de la cama.
—Ah, si. No me desampares ni de noche ni de día —esta vez la voz del niño se quebró casi al final, estaba a punto de llorar.
—No llores, es inútil ¿puedes acabar ya? —insistió la voz.
—Quédate conmigo… —continuó el niño, su llanto empezó a ser más fuerte. Se limpió las lágrimas con la sábana.
—Hasta que… —la voz le ayudó, apurándolo.
—Hasta que me entregues en los brazos de Jesús y de María —terminó el pequeño.
Se hizo un silencio, el niño fue dejando de sollozar poco a poco, hasta que por fin se calmó. Miró con cuidado en ambos lados de la cama y se asomó debajo ¿Se había ido?
—Ahora si nos vamos —se escuchó.
Una mano cadavérica sujetó al niño del brazo y lo jaló hacia la oscuridad.