miércoles, marzo 11, 2009

El mensaje.


Le costó un trabajo colosal abrir los ojos para percatarse de que el cuarto estaba  oscuro. Volteó a su derecha y el reloj electrónico marcaba las 8:30 A.M. Había dejado las cortinas cerradas y el sol que siempre lo despertaba no pudo hacerlo por esta vez. Odiaba tanto el sonido de la alarma que nunca la programaba, en algún rincón del closet estaban los pedazos de otros relojes para atestiguarlo. Por enésima ocasión se le había hecho tarde para ir al trabajo, pero lo tomó con calma. Un terrible dolor de cabeza como si se la estuvieran taladrando, le recordó que la noche anterior se había ido de farra con sus amigos. En un rato hablaría a su trabajo e inventaría alguna excusa, aunque no se le ocurría nada para esta ocasión. Se iba a poner de pie cuando se dio cuenta de que no estaba solo en la cama. De reojo la vio. Estaba de espaldas, desnuda. La sábana blanca contrastaba con la piel canela de sus nalgas.

No podía creer que tuviera tanta suerte. No recordaba cómo había ido a parar ahí esa mujer y si la noche anterior hubo sexo. La chica estaba presente, él estaba desnudo, era lo único que importaba. No iba a perder la oportunidad de tener acción después de tantos meses de abstinencia. Se acercó un poco para despertarla, cuando el timbre de la puerta sonó. Al infierno, no voy a contestar, pensó. Pero seguían insistiendo. Sus dedos apenas rozaron el pelo de la chica, como si temiera despertarla antes de tiempo. Se amarró una toalla alrededor de la cintura y con el rostro desencajado del coraje salió a ver quién lo interrumpía cuando iba a echarse el polvo de su vida. Se asomó por la mirilla de la puerta. 

—Lo que me faltaba —dijo entre dientes. 

Un muchacho, rubio, de rostro casi angelical, con una Biblia en la mano tocaba con insistencia. 

—Me lleva el demonio — masculló y abrió la puerta de golpe.

El muchacho no dejaba de sonreírle y de mirarlo como si escudriñara en lo más recóndito de sus pensamientos  y eso, a él, empezaba a incomodarle.

—¿Se puede saber cuál es la insistencia? —dijo bastante molesto.

—Disculpe si lo desperté, pero es que le tengo un importante mensaje de nuestro señor Jesucristo —contestó el muchacho.

—Mire, aquí en esta casa somos católicos, no aceptamos propaganda de sectas y además no tengo tiempo ni ganas de escuchar ningún mensaje de nadie, así que gracias y nunca regrese — dijo y cerró la puerta de golpe.

El timbre volvió a sonar, esta vez con más insistencia. Esta vez abrió de manera violenta.

—Me lleva la chingada ¿pues qué no entiendes carajo? —gritó. El chico ni se inmutó, seguía mirándolo de esa manera.

—Se trata de su salvación, aún es tiempo que se arrepienta de todos sus pecados. Lo que está haciendo en estos momentos puede esperar, el mensaje que le traigo es de vital importancia para usted —le contestó.   

Esa mirada tierna comenzaba a desesperarlo, odiaba esa mirada. 

—Regresa mañana ¿si? Te prometo que con gusto te escucharé —mintió con todas sus ganas e intentó sonreírle y sonar amable. 

Jaló la puerta poco a poco mientras el chico iba asomándose por el hueco que quedaba entre la puerta y la pared hasta que se cerró por completo. Esperaba que esta vez se hubiera ido y no volviera a molestarlo, se imaginaba que la muchacha ya estaría despierta por tanto ruido y a lo mejor se vestía para irse y eso era algo que no iba a dejar que sucediera.

Se asomó rápido a la recámara y ella seguía ahí acostada, ahora con la sábana hasta los tobillos. A punto de quitarse la toalla ya listo para el ataque, el timbre volvió a sonar. Esta vez ya no se dirigió a la puerta, fue al ropero donde escondía una pistola. Le voy a poner el susto de su vida  a este cabroncito de mierda, pensó.

Corrió a la puerta, en el camino se le cayó la toalla dejando su erección al descubierto. No le importó, abrió la puerta de par en par. Nada, se había ido. 

En el suelo le habían dejado una Biblia, con un mensaje.

PARA SALVARSE, LEA EL SALMO 23 EN VOZ ALTA, ES SU ÚLTIMA OPORTUNIDAD.

¿Pero que coño se trae esta cabrón con mi salvación?, se dijo. Cerró la puerta y mientras lo hacía se le hizo bastante extraño que la calle estuviera desierta. Un viento frío se coló por debajo de la puerta y fue como un cubetazo de agua del ártico. Su erección se convirtió en algo peor que un mal chiste. El sol parecía ocultarse, como un eclipse programado para él y la ocasión. De pronto tuvo la urgencia de leer el dichoso Salmo, pero la Biblia se le resbaló de las manos.

—Me lleva el demonio —alcanzó a decir.

—Así es y no me gusta que me hagan esperar en la cama —dijeron a sus espaldas.

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