domingo, marzo 15, 2009

Por toda la eternidad.



aminando sin rumbo, dejando a sus pies la decisión de dónde parar. Raymundo, hastiado de la vida, de su trabajo y de su matrimonio -que de matrimonio solo tenía el nombre- se encontró con que las calles ya no le eran familiares, ya era de noche y que a dónde quiera que volteara nada podía reconocer. Había estado tan absorto en sus pensamientos suicidas que no se dio cuenta en que momento todo quedó desierto, sin ruido, sin otra luz mas la que daba la luna. Ya había llegado, lo tenía enfrente, qué hago aquí, pensó. Decidió dar vuelta en una esquina, donde una placa toda oxidada decía calle siete. Y empezó a tratar de recordar esa calle para ubicarse y saber dónde demonios había ido a parar, pero nada, debía de ser de esos barrios donde te matan gratis, pensó. Ni siquiera un alma para preguntarle.

Avanzó unos metros más y fue cuando escuchó el sonido de la música y de gente divirtiéndose a a unas dos esquinas de donde se hallaba. Siguió el ruido hasta que llegó a la puerta de un Bar franqueada por dos individuos mal encarados, pero que en cuanto lo vieron, se hicieron a un lado para dejarle pasar.

—Le estábamos esperando señor Rodríguez, adelante.

Un largo pasillo iluminado apenas por luces fosforecentes, le conducía hacia donde se oía todo era un bacanal. Y no estaba equivocado, el lugar estaba abarrotado. Un penetrante olor a sexo le inundó los pulmones. Cientos de parejas en la pista, unos bailaban, otros satisfacían sus instintos animales con quien tuvieran enfrente. Se quedó inmovil, como espectador de la orgía, hasta que del otro lado, el barman le hacía señas de que se acercara. Mientras se abría paso entre la multitud para llegar a la barra, se daba cuenta que los demás lo miraban y hablaban de él, pero sin parar en lo que estuvieran haciendo.

Por fín llegó hasta la barra, donde el barman lo recibía con su cerveza favorita.

—Aquí tienes Jorge, bienvenido a mi bar.

—¿Qué lugar es este y cómo sabe mi nombre?

—Relájate y disfruta ¿Estás aquí por que ya no aguantabas tu vida no? Asi que tómate tu cerveza y busca con quién joder, que lo que más disfrutamos siempre dura muy poco ¿no crees?

—Pero ¿quién es toda esta gente? Yo no puedo tirarme a la primera que me encuentre.

—¿Ni siquiera a esa morena?

Una morena de grandes curvas y magníficos senos se acercaba a la barra. Totalmente desnuda, se acercó y le plantó un beso en la boca y le hizo olvidarse de todo. Volteó a ver al barman de reojo y éste le sonreía y no pudo hablar hasta que la morena se agachó para hacerle sexo oral.

—¿Pero qué demonios es esto?

—Te lo dije, es mejor no resistirse y disfrutar hasta que llegue el momento, así es como hacen todos ellos. Es un descanso breve que les doy, además sirve para que me relajo un poco. No todo es castigo.

—¿Castigo de qué?

—Bébete otra cerveza y olvidalo. Que falta muy poco para que esto termine y mis muchachos vengan.

Ya no pudo hablar. Pero se quedó pensando a que se refería... por tres segundo nada más.

El placer era demasiado e hizo lo que cualquiera que tuviera sangre en las venas haría. Después de la morena, se unió a una pareja que lo hacía en en la mesa. Luego a una cadena humana donde cada quien se encargaba del que tuviera enfrente, hombre o mujer, daba lo mismo. Al ritmo de la música los cuerpos se unían y desunían.

Hasta que la música paró y las luces se apagaron. Alguien gritó: ya vienen, ya vienen. Y lo que era una orgía se convirtió en una masacre. Jorge solo podía ver las sombras y escuchar los alaridos, el ruido que hacían los cuerpos al caer, la sangre cayendo a chorros. Unos demonios alados se encargaban de mutilar con sus garras a la gente que intentaba escapar. Se agachó y se arrastró por el piso inundado de vísceras y miembros amputados de tajo. Pudo llegar a la barra y se escondió del otro lado, agachado escuchaba con horror los gritos de todos. Hasta que se dio cuenta que estaba a un lado del barman.

—¿Qué es esto, dónde estoy?—le gritó.

—Estas en el infierno amigo y aquí es donde se castiga a los suicidas — y se agachó para verlo directo a los ojos— y así será por toda la eternidad.

—!Yo no me he suicidado! Es cierto lo he pensado, lo he deseado, pero no me he...

Y entonces pudo ver con claridad dentro de su mente. Caminaba hasta llegar a la estación del metro, esperaba a la orilla del andén a que llegara el próximo y cuando lo tuvo enfrente se lanzó al vacío haciéndolo pedazos. Había encontrado los huevos para hacerlo.

—Aunque no todo es castigo como ves —escuchó.

Pero para él solo quedaron grabadas las palabras que se repetían una y otra vez: Así será, por toda la eternidad...  

1 comentario:

Max dijo...

¡mmmmm! Pues parece ser que en el infierno te dan una de cal y una de arena, no sé si para que la segunda te duela más. ;)